lunes, 16 de mayo de 2016

ESQUEMAS LITERATURA 1°BACHILLERATO





LA LITERATURA BARROCA: SIGLO XVII































EL SIGLO XVIII: EL SIGLO DE LA ILUSTRACIÓN











[Neoclasicismo.bmp]

   Y, el definitivo, esquema-resumen por géneros y autores:


                La Ilustración es el movimiento cultural que define el siglo XVIII;  con ella empieza la verdadera Edad Moderna.  Los tres principios básicos de la Ilustración son la tolerancia, la razón y el sentimiento de humanidad. TOLERANCIA que nos lleva, por ejemplo,  a respetar la fe del prójimo, puesto que queda más allá de cualquier principio de razón. RAZÓN que es lo que puede y debe unir a todos los seres humanos  (en el reino de la razón se puede combatir con argumentos para convencer al otro);  los ilustrados pretenden imponer la razón frente a la fe y acabar con la ignorancia, el fanatismo y las supersticiones (de  ahí la denominación de “Ilustración” y ‘Siglo de las Luces’ dada al siglo XVIII).  Y como la razón se ha dado a todos, todos tenemos el mismo valor, la misma DIGNIDAD HUMANA: toda persona, en  cuanto ser humano y dotado de razón, posee derechos que nadie puede ni debe arrebatarle (“Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano”, de 1789 ).
Ligada a estos principios está la creencia en el PROGRESO  -mediante la razón y  la EDUCACIÓN-  que debe llegar a todos los individuos. Para ello desde el poder se propician una serie de reformas (‘Despotismo ilustrado’: “todo para el pueblo, pero sin el pueblo ).
Las ideas de la Ilustración se difundieron a partir de 1700, primero en Inglaterra y, luego, en Francia, en donde se publicó la ENCICLOPEDIA  -dirigida por Diderot   y D´Alembert-  que recogió el saber de entonces basándose únicamente en principios racionalistas.
La Ilustración en España coincide con la instauración de la dinastía de los Borbones (Felipe V, Carlos III y Carlos IV).


GÉNERO
AUTOR
COMENTARIO
ENSAYO

























El ENSAYO es un género literario que se configura como tal en el siglo XVIII y, sobre todo, en el romanticismo con el desarrollo del periodismo. Son textos en prosa, de extensión variable en los que el autor  expresa sus ideas y valoraciones sobre los más variados temas; su forma discursiva es laexposición y la argumentación.
El ensayo es el género predilecto para la divulgación de los principios de la Ilustración. En el XVIII adopta diversas formas: cartas, memorias, informes, libros de viajes...

FEIJOO
(1680-1768)

Benito Jerónimo Feijoo (el padre Feijoo): Con sus textos pretendía educar al pueblo (al ‘vulgo’, como él lo llamaba). Escribió “Teatro crítico universal” y “Cartas eruditas y curiosas”. Arremete contra las supersticiones y las opiniones infundadas; y postula la razón y la experiencia como bases de la ciencia, rompiendo con el criterio de autoridad. Su prosa destaca por su sencillez, en contraste con los escritos barrocos.

CADALSO
(1741-1782)

José Cadalso: Escribió “Cartas marruecas” obra en la que tres personajes (dos marroquíes –Gazel yBen-Beley-  y un nativo -Nuño) se intercambian cartas que permiten al autor mostrar la realidad española desde tres puntos de vista distintos.
Otra obra suya es “Noches lúgubres”: “obra dialogada en la que el protagonista, enloquecido por la muerte de su amada, intenta desenterrar el cadáver para morir junto a él incendiando su casa”.

JOVELLANOS
(1744-1811)






Gaspar Melchor de Jovellanos: Sus ensayos tienen como destinatarios  a los grupos dirigentes y no al pueblo.
Escribió “Informe en el expediente de la ley agraria”, en el que señala como causa del atraso del campo la concentración de la propiedad en manos de los nobles y de la Iglesia“Memoria sobre espectáculos y diversiones públicas”, en la que defiende la existencia de diversiones para el pueblo; “Descripción del castillo de Bellver” y “Diarios” que recogen anotaciones de la realidad de su época.
En cuanto al estilo, Jovellanos criticó los usos de la literatura barroca y defendió un estilo sencillo y claro.


TEATRO






MORATÍN
(1760-1828)




El teatro neoclásico o comedia de buenas costumbres respeta la ley de las tres unidades: unidad de acción (una historia única), unidad de lugar (en un único lugar) y  unidad de tiempo (en una jornada máxima de veinticuatro horas). Conjuga el fin didáctico con la amenidad.
El autor más importante es Leandro Fernández de Moratín y la principal obra es “El sí de las niñas”en la que “censura la educación de las mujeres de la época y el abuso de autoridad de los padres al que estas se ven sometidas”.


POESÍA
MELÉNDEZ
VALDÉS
(1754-1817)




En la poesía neoclásica se observan tres tendencias:
a)        Poesía rococó, poesía en la que predomina el refinamiento y cuyos temas dominantes son, además de la naturaleza, los del amor y belleza femenina, pero en un marco de fiestas y rico vestuario, con un fondo de paisajes delicados y artificiosos.
      Su forma  más característica es la anacreóntica, composición de metro corto y estrofas breves, que exalta el amor y los goces sensuales.  El máximo representante fue Meléndez   Valdés.


Tomás IRIARTE,
Félix María de SAMANIEGO



b)       Poesía ilustrada o neoclásica, que triunfará en la segunda mitad del XVIII, y en la que podemos distinguir una poesía filosófica y utilitaria que busca sobre todo educar e ilustrar. Los temas son la exaltación de las bellas artes, las novedades científicas, las ideas de reforma social, la  amistad y la solidaridad, la búsqueda de la felicidad y el bien común, desprecio de la guerra, odio a los tiranos y condena de la tortura, rechazo de la ociosidad y la ignorancia, fe en el progreso mediante la educación. Ejemplos serían la poesía de Nicolás Fernández Moratín y José Cadalso (también ciertas composiciones de M.Valdés); y las fábulas de Tomás de Iriarte y Félix María de Samaniego.



M.J. QUINTANA
(1772-1857)
         c)  Poesía prerromántica, desde 1770, que expresa de modo directo las emociones íntimas, en contraposición a la razón y a las reglas, y que se acerca a la estética romántica en los temas (soledad, ruptura amorosa, muerte...) y en la ambientación lúgubre (tumbas, noche, luna...). El ejemplo más representativo  sería Manuel José Quintana (en sus poemas se anticipan usos retóricos románticos :“interrupción de los versos con puntos suspensivos, exclamaciones, repetición de palabras, léxico de carácter emotivo, adjetivación que insiste en lo pasional y angustioso…”


EL ROMANTICISMO: SIGLO XIX







EL ROMANTICISMO (1ª mitad del XIX)

A) CONTEXTO SOCIOHISTÓRICO
En la primera mitad del siglo XIX se desarrolla el movimiento ROMÁNTICO,  por el que el sentimiento, la imaginación y las pasiones (en una palabra, el irracionalismo) sustituirán a la RAZÓN del siglo XVIII o Siglo de las luces. Se trata de una determinada concepción del mundo y una determinada forma de comportamiento humano que surge en el último tercio del siglo XVIII (prerromanticismo) en Alemania e Inglaterra y que en el siglo XIX se difundió por Francia, Italia y España.
El escritor  alemán GOETHE desempeñó un importante papel de divulgación de algunas de las características del prerromanticismo, sobre todo a través de su novela “Las aventuras del joven Werther” (1774), que narra la trágica historia de amor del joven Werther por Carlota, una mujer casada; la imposibilidad de este amor lleva al protagonista al suicidio.
En España, su triunfo coincide con la muerte de Fernando  VII y el reinado de Isabel II (1833-1868) que permite el regreso de los liberales españoles que se habían exiliado. Llega a su plenitud en torno a 1935 (estreno de “D. Álvaro o la fuerza del sino” del duque de Rivas).

B) El ESPÍRITU ROMÁNTICO:
1) Subjetivismo y   exaltación del “yo”. El artista se muestra a sí mismo en sus obras, exhibe sus sentimientos sin pudor y tiene una visión subjetiva del mundo.  El subjetivismo se manifiesta en la preferencia por una naturaleza acorde con sus sentimientos, una naturaleza salvaje, misteriosa y agreste: bosques umbríos, mares tempestuosos, tempestades, acantilados, la noche;  entre los paisajes urbanos predominan el cementerio, las ruinas, los castillos. Asimismo son frecuentes los ambientes primaverales u otoñales, que se identifican con la melancolía del poeta. Y frente a  la  realidad  racional de los ilustrados la literatura romántica incorporó temas fantásticos y hechos misteriosos.
2) Libertad. El individualismo romántico no admite ningún tipo de trabas y reclama una libertad absoluta en todos los ámbitos: político (exaltación de lo nacional, e las lenguas vernáculas y de lo característico de cada país), moral (obrar sin normas), religioso (profesar la religión que se quisiera) , afectivo y artístico (no se respetan los géneros, se mezcla el verso y la prosa...).
3) Dolor existencial. El espíritu idealista del romántico choca con la realidad mediocre y rutinaria, frente a la que reacciona mediante la rebeldía (crítica de la sociedad), la angustia  o la evasión (en el pasado idealizado de la Edad Media, en las leyendas y en los países lejanos y exóticos, en el mundo de la infancia, en los sueños y en la fantasía).
4) Valoración del genio o talento (el artista se convierte en ser casi divino) por encima del trabajo y de la inteligencia. La sensibilidad, la imaginación y las pasiones sustituirán a la razón del XVIII.

                                                                               PRINCIPALES  AUTORES

LARRA
1809/1837











ESPRONCEDA
(1808/1842)





BÉCQUER
(1836/1870)






ROSALÍA
(1837/1885)



TEATRO
ROMÁNTICO












Mariano José de Larra  destaca sobre todo por sus artículos periodísticos, que se pueden incluir dentro del género del ENSAYO (texto de extensión variable y de carácter reflexivo, que analiza un tema sobre el cual se vierten opiniones y reflexiones) . En el siglo XIX el periodismo experimentó un enorme auge y sirvió como medio de difusión para géneros como el ENSAYO, el COSTUMBRISMO (“cuadro de costumbres” es una descripción de cualquier cosa pintoresca: objetos, tipos, diversiones, etc) y el FOLLETÍN (publicación por capítulos de novelas ya aparecidas).
Los ARTÍCULOS de Larra fueron apareciendo en una serie de periódicos y revistas (como “El pobrecito hablador”) y recogidos posteriormente por el propio autor bajo el título de “Colección de artículos dramáticos, literarios, políticos y de costumbres”. La mayor parte de los textos los escribió utilizando diversos seudónimos (el más famoso de todos fue  el de ‘Fígaro’).
En sus “Artículos de costumbres”,  Larra critica el atraso y  la  incultura  de la España de su tiempo. Cada uno de ellos presenta una estructura similar. a) Planteamiento del tema; b)ejemplo concreto y c) final de carácter reflexivo. Los más célebres son “El café”, “El castellano viejo” , “Vuelva usted mañana”, “El casarse pronto y mal”, “El día de difuntos de 1836”. A diferencia de los autores costumbristas, Larra no se limita a describir, sino que trata de hacer una reflexión , extrayendo conclusiones acerca del comportamiento  y el carácter de la sociedad, parecidas a las de los escritores ilustrados Feijoo, Cadalso y Jovellanos. En su crítica a muchas costumbres se mezcla su anhelo de libertad y modernidad con cierto espíritu exquisito y elitista que desdeña todo lo vulgar. Critica la holgazanería, la brutalidad, la presunción, la hipocresía, la estupidez, la suciedad, el mal gusto, etc.
El estilo de Larra es mordaz e incisivo; sus recursos más frecuentes son la caricatura, las enumeraciones caóticas, la parodia y, sobre todo, la ironía  y el sarcasmo.



José de Espronceda escribió numerosos poemas en los que canta a personajes rebeldes o marginales: El mendigo, el reo de muerte, El verdugo, El cosaco, Canción del pirata.
Sus obras más ambiciosas son “El estudiante de Salamanca” y “El diablo mundo”. “El estudiante de Salamanca” es un gran poema narrativo. El protagonista es don Félix de Montemar, cuya amada, Elvira, abandonada por él, muere de pena.
“El diablo mundo” quedó sin terminar. Pretendía ser una especie de epopeya de la vida humana. Su protagonista, Adán, se enfrenta con la realidad, con las deformidades del mundo, y descubre la gran injusticia de la muerte. Lo mejor de la obra es un poema inserto en ella, el  “Canto a Teresa”, verdadera elegía a la muerte de su amada Teresa Mancha.


Gustavo Adolfo Bécquer escribió obras en prosa y poesía. En prosa destacan: “Leyendas” (veintiocho relatos en donde destacan  lo misterioso, lo sobrenatural, el amor imposible) y “Cartas desde mi celda” (crónicas escritas durante una estancia de reposos en el monasterio de Veruela).
Pero su obra más conocida son las RIMAS. Ochenta y seis poemas (79 en el “Libro de los gorriones” y otras siete aparte) que , tras su muerte, sus amigos ordenaron en cuatro grupos:
a)Rimas sobre la poesía misma;  b) Poemas de amor  ilusionado o dichoso; c) Poemas de amor frustrado; d) Poemas sobre el dolor de vivir, la soledad, la angustia, al muerte...



En gallego escribe: “Cantares gallegos”(1863), libro que refleja la cultura popular de Galicia, y “Follas novas”, de un tono más profundo y melancólico, de desasosiego espiritual. En castellano escribe “En las orillas del Sar”, poemas que reflejan una vida “despojada de todas las esperanzas, creencias e ilusiones”.



Los teatros cambiaron su arquitectura (los “corrales”), que se adaptó al modelo italiano de sala cubierta y butacas.
Características del drama romántico:
1º- Temas: el tema fundamental es el amor y la fatalidad. La imposibilidad de alcanzar un amor puro y perfecto en un ambiente hostil hace que los finales sean trágicos. La fatalidad, el destino romántico, no es un hado inexorable, sino un componente que sirve para subrayar el choque entre los protagonistas y su realidad.
2º. Los personajes:  Los héroes románticos suelen tener un origen desconocido o bien ocultan su personalidad; están poseídos por una pasión absoluta y su comportamiento oscila bruscamente de la felicidad a la desesperación; tienen dos grandes aspiraciones: el amor a la libertad y el amor a la mujer. Las heroínas, siempre bellas física y espiritualmente, representan el amor.
3º Estructura: El número de actos varía de tres a cinco, y, frente al teatro neoclásico, no se respeta le “ley de las tres unidades”.
4º Otras características:
·         ·         Se  mezcla tragedia  y comedia para relazar el contraste entre los ideales y la realidad.
·         ·         Se mezcla verso y prosa, aunque a la larga se impone el verso con polimetría.
·         ·         La escenografía (efectos de luces y sonidos) adquiere gran importancia, y sirve para dar al teatro carácter de espectáculo.
·         ·         Se subraya el carácter inexorable del paso del tiempo, que se pone en relación con el destino fatal que siempre persigue al héroe romántico.
·         ·         Se expresan los anhelos de una sociedad más justa: defensa de la libertad y del derecho a la rebelión frente a los tiranos y malos gobiernos, reivindicación de la felicidad íntima de los individuos.
El triunfo del drama romántico se produce en 1934, cuando se estrena “La conjuración de Venecia” de Martínez de la Rosa y “Macías” de Larra. En 1935 se estrena “Don  Álvaro” del duque de Rivas, en 1937 “Los amantes de Teruel” de Hartzenbusch., y en 1944 “Don Juan Tenorio”. El mejor drama romántico español quizá sea “Don Álvaro o la fuerza del sino”. Don Álvaro encarna de modo arquetípico las características del héroe romántico –ansia de amor imposible, mundo hostil- en quien se ceba el destino de modo que una serie de sucesos trágicos lo persigue hasta el final.




D. Álvaro o la fuerza del sino


ARGUMENTO Y ESTRUCTURA INTERNA

Presentación
Varios habitantes de Sevilla, Preciosilla y el canónigo conversan sobre temas cotidianos en la taberna de tío Paco. Cotillean sobre don Álvaro y su relación con Leonor.

Nudo
Doña Leonor planea escaparse con don Álvaro, acompañada de su criada Curra y el esposo de ésta, Antonio. Tiene dudas sobre su decisión, debido a la oposición de su padre. Llega don Álvaro, y le expone sus dudas. Mientras tanto llega su padre, el Marqués de Calatrava, y contempla la escena. Se enzarza en una discusión con ambos, y se pelea con su hija. Don Álvaro saca una pistola y le pide al marqués que lo mate. Éste se niega, y don Álvaro deja caer la pistola, que se dispara sola y mata al marqués.
En una taberna de la villa de Hornachuelos, un estudiante, amigo de don Carlos y don Alfonso, hijos del marqués de Calatrava, comenta la intención de éstos de vengar la muerte de su padre. Leonor, allí presente, lo escucha y se escapa. Huye al convento de los Ángeles, donde pide al padre guardián refugio en el convento, y éste se lo concede.
En Veletri, don Carlos juega una partida de cartas con unos oficiales del ejército. Éstos creen que ha(ce) trampas y se pelean. Don Álvaro, allí presente, huido a Italia, lo escucha y va en su ayuda. Hace huir a los oficiales y se hace amigo de don Carlos, aunque ocultando ambos su verdadera identidad.
En la guerra hieren a don Álvaro, y don Carlos lo auxilia y lleva al cirujano para que lo cure. Don Álvaro le pide que queme una caja que está dentro de su maleta, que contiene papeles importantes. Y al hacerlo don Carlos ve un retrato de su hermana Leonor, y descubre quién es su amigo en realidad. Cuando don Álvaro se recupera, Carlos le revela quién es, se pelean y muere don Carlos. Detienen a don Álvaro por ello, y es condenado a pena de muerte. Pero hay rebelión en el ejército, y lo dejan sin vigilancia y escapa.

Desenlace
Don Álvaro se hace cura en el convento de los Ángeles. Viene a verle don Alfonso, para vengar la muerte de su padre y su hermano. Se pelean, y don Álvaro hiere a don Alfonso. Don Álvaro pide auxilio a doña Leonor, sin saber que es ella. Ella les reconoce y es  Alfonso, quien la mata, y al momento muere él también. Presa de una profunda pena, don Álvaro se suicida arrojándose desde lo alto de un monte.


EJEMPLO DE ESCENA COSTUMBRISTA

Jornada segunda

La escena es en la villa de Hornachuelos y sus alrededores.


Escena I

Es de noche, y el teatro representa la cocina de un mesón de la villa de Hornachuelos. Al frente estará la chimenea y el hogar. A la izquierda, la puerta de entrada; a la derecha, dos puertas practicables. A un lado, una mesa larga de pino, rodeada de asientos toscos, y alumbrado todo por un gran candilón. EL MESONERO y EL ALCALDE aparecerán sentados gravemente en el fuego. LA MESONERA, de rodillas guisando. Junto a la mesa, EL ESTUDIANTE cantando y tocando la guitarra. EL ARRIERO, que habla, cribando cebada en el fondo del teatro. EL TÍO TRABUCO, tendido en primer término sobre sus jalmas. LOS DOS LUGAREÑOSLAS DOS LUGAREÑASLA MOZA y uno de los ARRIEROS, que no habla, estarán bailando seguidillas. El otro ARRIERO, que no habla, estará sentado junto al estudiante, y jaleando a las que bailan. Encima de la mesa habrá una bota de vino, unos vasos y un frasco de aguardiente.

 
ESTUDIANTE
 (Cantando en voz recia al son de la guitarra, y las tres parejas bailando con gran algazara.) 
Poned en estudiantes
vuestro cariño,
que son, como discretos,
agradecidos. 345
Viva Hornachuelos,
vivan de sus muchachas
los ojos negros.
Dejad a los soldados,
que es gente mala, 350
y así que dan el golpe
vuelven la espalda.
Viva Hornachuelos,
vivan de sus muchachas
los ojos negros. 355


MESONERA.-   (Poniendo una sartén sobre la mesa.)  Vamos, vamos que se enfría... (A la criada.) Pepa, al avío.

ARRIERO.-   (El del cribo.)  Otra coplita.

ESTUDIANTE.-   (Dejando la guitarra.)  Abrenuncio. Antes de todo, la cena.

MESONERA.-   Y si después quiere la gente seguir bailando y alborotando, váyanse al corral o a la calle, que hay una luna clara como de día. Y dejen en silencio el mesón, que si unos quieren jaleo, otros quieren dormir. Pepa, Pepa... ¿No digo que basta ya de zangoloteo...?

TÍO TRABUCO.-   (Acostado en sus arreos.)  Tía Colasa, usted está en lo cierto. Yo, por mí, quiero dormir.

MESONERO.-  Sí, ya basta de ruido. Vamos a cenar. Señor alcalde, eche su merced la bendición y venga a tomar una presita.

ALCALDE.-   Se agradece, señor Monipodio.

MESONERA.-  Pero acérquese su merced.

ALCALDE.-  Que eche la bendición el señor licenciado.

ESTUDIANTE.-  Allá voy, y no seré largo, que huele el bacalao a gloria. In nomine Patri et Filii et Spiritu Sancto.

TODOS.-   Amén.

(Se van acomodando alrededor de la mesa, todos menos TRABUCO.)

 

MESONERA.-  Tal vez el tomate no estará bastante cocido, y el arroz estará algo duro... Pero con tanta Babilonia no se puede.

ARRIERO.-   Está diciendo comedme, comedme.

ESTUDIANTE.-   (Comiendo con ansia.)  Está exquisito... especial; parece ambrosía...

MESONERA.-  Alto allá, señor bachiller; la tía Ambrosia no me gana a mí a guisar ni sirve para descalzarme el zapato; no, señor.

ARRIERO.-   La tía Ambrosia es más puerca que una telaraña.

MESONERO.-  La tía Ambrosia es un guiñapo, es un paño de aporrear moscas; se revuelven las tripas de entrar en su mesón, y compararla con mi Colasa no es regular.

ESTUDIANTE.-   Ya sé yo que la señora Colasa es pulcra, y no lo dije por tanto.

ALCALDE.-  En toda la comarca de Hornachuelos no hay una persona más limpia que la señora Colasa, ni un mesón como el del señor Monipodio.

MESONERA.-  Como que cuantas comidas de boda se hacen en la villa pasan por estas manos que ha de comer la tierra. Y de las bodas de señores, no le parezca a usted, señor bachiller... Cuando se casó el escribano con la hija del regidor...

ESTUDIANTE.-  Con que se le puede decir a la señora Colasa, tu das mihi epulis accumbere divum

MESONERA.-  Yo no sé latín, pero sé guisar... Señor alcalde, moje siquiera una sopa.

ALCALDE.-  Tomaré, por no despreciar, una cucharadita de gazpacho, si es que lo hay.

MESONERO.-   ¿Cómo que si lo hay?

MESONERA.-  ¿Pues había de faltar donde yo estoy?... ¡Pepa!  (A la MOZA.)  Anda a traerlo. Está sobre el brocal del pozo, desde media tarde, tomando el fresco.
 (Vase la MOZA.) 
  (Al ARRIERO que está acostado.) 

ESTUDIANTE.-  ¡Tío Trabuco, hola, tío Trabuco! ¿No viene usted a hacer la razón?

TÍO TRABUCO.-  No ceno.

ESTUDIANTE.-  ¿Ayuna usted?

TÍO TRABUCO.-  Sí, señor, que es viernes.

MESONERO.-  Pero un traguito...

TÍO TRABUCO.-   Venga.  (Le alarga el MESONERO la bota, y bebe un trago elTÍO TRABUCO.)  ¡Jú! Esto es zupia. Alárgueme usted, tío Monipodio, el frasco del aguardiente para enjuagarme la boca.  (Bebe y se curruca.) 

(Entra la MOZA con una fuente de gazpacho.)

 

MOZA.-  Aquí está la gracia de Dios.

TODOS.-   Venga, venga.

ESTUDIANTE.-  Parece, señor alcalde, que esta noche hay mucha gente forastera en Hornachuelos.

ARRIERO.-  Las tres posadas están llenas.

ALCALDE.-  Como es el jubileo de la Porciúncula, y el convento de San Francisco de los Ángeles, que está aquí en el desierto, a media legua corta, es tan famoso... Viene mucha gente a confesarse con el padre Guardián, que es un siervo de Dios.

MESONERA.-  Es un santo.

MESONERO.-   (Toma la bota y se pone de pie.)  Jesús, por la buena compañía, y que Dios nos dé salud y pesetas en esta vida y la gloria en la eterna.  (Bebe.) 

TODOS.-  Amén.  
(Pasa la bota de mano en mano.)

 

ESTUDIANTE.-   (Después de beber.)  Tío Trabuco, tío Trabuco, ¿está usted con los angelitos?

TÍO TRABUCO.-  Con las malditas pulgas y con sus voces de usted, ¿quién puede estar sino con los demonios?

ESTUDIANTE.-   Queríamos saber, tío Trabuco, si esa personilla de alfeñique, que ha venido con usted, y que se ha escondido de nosotros, viene a ganar el jubileo.

TÍO TRABUCO.-   Yo no sé nunca a lo que van ni vienen los que viajan conmigo.

ESTUDIANTE.-   Pero... ¿es gallo o gallina?

TÍO TRABUCO.-   Yo, de los viajeros, no miro más que la moneda, que ni es hembra ni es macho.

ESTUDIANTE.-   Sí, es género epiceno, como si dijéramos hermafrodita... Pero veo que es usted muy taciturno, tío Trabuco.

TÍO TRABUCO.-  Nunca gasto saliva en lo que no me importa. Y buenas noches, que se me va quedando la lengua dormida, y quiero guardarle el sueño; sonsoniche.

ESTUDIANTE.-  Pues, señor, con el tío Trabuco no hay emboque. Dígame usted, nostrama  (A la MESONERA.) , ¿por qué no ha venido a cenar el tal caballerito?

MESONERA.-   Yo no sé.

ESTUDIANTE.-   Pero, vamos, ¿es hembra o varón?

MESONERA.-   Que sea lo que sea, lo cierto es que le vi el rostro, por más que se lo recataba, cuando se apeó del mulo, y que lo tiene como un sol, y eso que traía los ojos, de llorar y de polvo, que daba compasión.

ESTUDIANTE.-  ¡Oiga!

MESONERA.-  Sí, señor, y en cuanto se metió en ese cuarto, volviéndome siempre la espalda, me preguntó cuánto había de aquí al convento de los Ángeles, y yo se lo enseñé desde la ventana, que, como está tan cerca se ve clarito, y...

ESTUDIANTE.-   ¡Hola, conque es pecador que viene al jubileo!

MESONERA.-  Yo no sé. Luego se acostó; digo, se echó en la cama, vestido, y bebió antes un vaso de agua con unas gotas de vinagre.

ESTUDIANTE.-  Ya, para refrescar el cuerpo.

MESONERA.-  Y me dijo que no quería luz, ni cena, ni nada, y se quedó como rezando el Rosario entre dientes. A mí me parece que es persona muy...

MESONERO.-   Charla, charla... ¿Quién diablos te mete en hablar de los huéspedes?... ¡Maldita sea tu lengua!

MESONERA.-   Como el señor licenciado quería saber...

ESTUDIANTE.-  Sí, señora Colasa; dígame usted...

MESONERO.-    (A su mujer.)  ¡Chitón!

ESTUDIANTE.-   Pues, señor, volvamos al tío Trabuco. ¡Tío Trabuco, tío Trabuco!  
(Se acerca a él y le despierta.)

 

TÍO TRABUCO.-  ¡Malo!... ¿Me quiere usted dejar en paz?

ESTUDIANTE.-   Vamos, dígame usted, ¿esa persona cómo viene en el mulo, a mujeriegas o a horcajadas?

TÍO TRABUCO.-   ¡Ay qué sangre!... De cabeza.

ESTUDIANTE.-  Y dígame usted, ¿de dónde salió usted esta mañana, de Posadas o de Palma?

TÍO TRABUCO.-   Yo no sé sino que tarde o temprano voy al cielo.

ESTUDIANTE.-   ¿Por qué?

TÍO TRABUCO.-  Porque ya me tiene usted en el purgatorio.

ESTUDIANTE.-    (Se ríe.)  ¡Ah, ah, ah!... ¿Y va usted a Extremadura?

TÍO TRABUCO.-  (Se levanta, recoge sus jalmas y se va con ellas muy enfadado.)No señor, a la caballeriza, huyendo de usted, y a dormir con mis mulos, que no saben latín, ni son bachilleres.

ESTUDIANTE.-   (Se ríe.)  ¡Ah, ah, ah, ah! Se atufó... ¡Hola, Pepa, salerosa! ¿Y no has visto tú al escondido?

MOZA.-  Por la espalda.

ESTUDIANTE.-   ¿Y en qué cuarto está?

MOZA.-   (Señala la primera puerta de la derecha.)  En ése...

ESTUDIANTE.-  Pues ya que es lampiño, vamos a pintarle unos bigotes con tizne... Y cuando se despierte por la mañana reiremos un poco.  
(Se tizna los dedos y va hacia el cuarto.)

 

ALGUNOS.-  Sí..., sí.

MESONERO.-  No, no.

ALCALDE.-    (Con gravedad.)  Señor estudiante, no lo permitiré yo, pues debo proteger a los forasteros que llegan a esta villa, y administrarles justicia como a los naturales de ella.

ESTUDIANTE.-  No lo dije por tanto, señor alcalde...

ALCALDE.-   Yo sí. Yo no fuera malo saber quién es el señor licenciado, de dónde viene y adónde va, pues parece algo alegre de cascos.

ESTUDIANTE.-  Si la justicia me lo pregunta de burlas o de veras, no hay inconveniente en decirlo, que aquí se juega limpio. Soy el bachiller Pereda, graduado por Salamanca, in utroque, y hace ocho años que curso sus escuelas, aunque pobre, con honra, y no sin fama. Salí de allí hace más de un año, acompañando a mi amigo y protector el señor licenciado Vargas, y fuimos a Sevilla, a vengar la muerte de su padre el marqués de Calatrava, y a indagar el paradero de su hermana, que se escapó con el matador. Pasamos allí algunos meses, donde también estuvo su hermano mayor, el actual marqués, que es oficial de Guardias. Y como no lograron su propósito, se separaron jurando venganza. Y el licenciado y yo nos vinimos a Córdoba, donde dijeron que estaba la hermana. Pero no la hallamos tampoco, y allí supimos que había muerto en la refriega que armaron los criados del marqués, la noche de su muerte, con los del robador y asesino, y que éste se había vuelto a América. Con lo que marchamos a Cádiz, donde mi protector, el licenciado Vargas, se ha embarcado para buscar allá al enemigo de su familia. Y yo me vuelvo a mi universidad a desquitar el tiempo perdido y a continuar mis estudios; con los que, y la ayuda de Dios, puede ser que me vea algún día gobernador del Consejo o arzobispo de Sevilla.

ALCALDE.-  Humos tiene el señor bachiller, y ya basta, pues se ve en su porte y buena explicación que es hombre de bien, y que dice verdad.

MESONERA.-  Dígame usted, señor estudiante, ¿y qué, mataron a ese marqués?

ESTUDIANTE.-  Sí.

MESONERA.-  ¿Y lo mató el amante de su hija y luego la robó?... ¡Ay! Cuéntenos su merced esa historia, que será muy divertida; cuéntela su merced...

MESONERO.-   ¿Quién te mete a ti en saber vidas ajenas? ¡Maldita sea tu curiosidad! Pues que ya hemos cenado, demos gracias a Dios, y a recogerse.  (Se ponen todos en pie, y se quitan el sombrero como que rezan.)  Eh, buenas noches; cada mochuelo a su olivo.

ALCALDE.-  Buenas noches, y que haya juicio y silencio.

ESTUDIANTE.-  Pues me voy a mi cuarto.
 (Se va a meter en el del viajero incógnito.) 

MESONERO.-  ¡Hola! No es ése; el de más allá.

ESTUDIANTE.-   Me equivoqué.

(Vanse EL ALCALDE y LOS LUGAREÑOS; entra EL ESTUDIANTE en su cuarto; LA MOZAEL ARRIERO y LA MESONERA retiran la mesa y bancos, dejando la escena desembarazada. EL MESONERO se acerca al hogar, y queda todo en silencio y solosEL MESONERO y LA MESONERA.)



D. Juan Tenorio  de José Zorrilla
 



ARGUMENTO Y FRAGMENTOS DE DON JUAN TENORIO, DE JOSÉ ZORRILLA

La acción transcurre en Sevilla, a las orillas del Guadalquivir, en 1545, en los últimos años del Emperador Carlos V. La primera parte transcurre en la noche de carnaval.
Hace un tiempo Don Juan y Don Luis Mejía habían apostado para ver "quien de ambos sabía obrar peor, con mejor fortuna, en el término de un año", ese día se cumplía el lapso de tiempo, por lo tanto, Don Luis y Don Juan se vuelven a encontrar en la hostería de Buttarelli donde comparan sus hazañas.

Escena XII, 1ª Parte - Acto I (Fragmento): D. Juan relata sus hazañas para ver quién ha ganado la apuesta:
DON JUAN:
Como gustéis, igual es,
que nunca me hago esperar.
Pues, señor, yo desde aquí,
buscando mayor espacio
para mis hazañas, di
sobre Italia, porque allí
tiene el placer un palacio.
De la guerra y del amor
antigua y clásica tierra,
y en ella el Emperador,
con ella y con Francia en guerra,
díjeme: «¿Dónde mejor?
Donde hay soldados hay juego,
hay pendencias y amoríos».
Di, pues, sobre Italia luego,
buscando a sangre y a fuego
amores y desafíos.
En Roma, a mi apuesta fiel,
fijé entre hostil y amatorio,
en mi puerta este cartel:
Aquí está don Juan Tenorio
para quien quiera algo de él.
De aquellos días la historia
a relataros renuncio;
remítome a la memoria
que dejé allí, y de mi gloria
podéis juzgar por mi anuncio.
Las romanas caprichosas,
las costumbres licenciosas,
yo gallardo y calavera,
¿quién a cuento redujera
mis empresas amorosas?
Salí de Roma por fin
como os podéis figurar,
con un disfraz harto ruin
y a lomos de un mal rocín,
pues me quería ahorcar.
Fui al ejército de España;
mas todos paisanos míos,
soldados y en tierra extraña,
dejé pronto su compaña
tras cinco o seis desafíos.
Nápoles, rico vergel
de amor, de placer emporio,
vio en mi segundo cartel:
Aquí está don Juan Tenorio,
y no hay hombre para él.
Desde la princesa altiva
a la que pesca en ruin barca,
no hay hembra a quien no suscriba,
y cualquier empresa abarca
si en oro o valor estriba.
Búsquenle los reñidores;
cérquenle los jugadores;
quien se precie que le ataje,
a ver si hay quien le aventaje
en juego, en lid o en amores.
Esto escribí; y en medio año
que mi presencia gozó
Nápoles, no hay lance extraño,
no hubo escándalo ni engaño
en que no me hallara yo.
Por dondequiera que fui,
la razón atropellé,
la virtud escarnecí,
a la justicia burlé
y a las mujeres vendí.
Yo a las cabañas bajé,
yo a los palacios subí,
yo los claustros escalé
y en todas partes dejé
memoria amarga de mí.
Ni reconocí sagrado,
ni hubo razón ni lugar
por mi audacia respetado;
ni en distinguir me he parado
al clérigo del seglar.
A quien quise provoqué,
con quien quiso me batí,
y nunca consideré
que pudo matarme a mí
aquel a quien yo maté.
A esto don Juan se arrojó,
y escrito en este papel
está cuanto consiguió,
y lo que él aquí escribió,
mantenido está por él.

Los rivales cuentan los muertos en batalla y las mujeres seducidas, al finalizar Don Juan queda como
vencedor, sin embargo Don Luis lo vuelve a desafiar diciéndole a Don Juan que lo que le falta en la lista es "una novicia que esté para profesar", entonces Don Juan le vuelve a apostar a Don Luis que conquistará a una novicia y que además, le quitará a su prometida, Doña Ana de Pantoja.

D. LUIS:
¡Oh! Y vuestra lista es cabal.
D. JUAN:
Desde una princesa real
a la hija de un pescador,
¡oh!, ha recorrido mi amor
toda la escala social.
¿Tenéis algo que tachar?
D. LUIS:
Sólo una os falta en justicia.
D. JUAN:
¿Me la podéis señalar?
D. LUIS:
Sí, por cierto: una novicia
que está para profesar.
D. JUAN:
¡Bah! Pues yo os complaceré
doblemente, porque os digo
que a la novicia uniré
la dama de algún amigo
que para casarse esté
.
D. LUIS:
¡Pardiez, que sois atrevido!
D. JUAN:
Yo os lo apuesto si queréis.
D. LUIS:
Digo que acepto el partido.
Para darlo por perdido,
¿queréis veinte días?
D. JUAN:
Seis.
D. LUIS:
¡Por Dios, que sois hombre
extraño!
¿cuántos días empleáis
en cada mujer que amáis?
D. JUAN:
Partid los días del año
entre las que ahí encontréis.
Uno para enamorarlas,
otro para conseguirlas,
otro para abandonarlas,
dos para sustituirlas
y una hora para olvidarlas.
Pero, la verdad a hablaros,
pedir más no se me antoja,
porque, pues vais a casaros,
mañana pienso quitaros
a doña Ana de Pantoja.
D. LUIS:
Don Juan, ¿qué
es lo que decís?
D. JUAN:
Don Luis, lo que oído habéis.
DON LUIS:
Ved, don Juan, lo que
emprendéis.
DON JUAN:
Lo que he de lograr, don Luis.
[...]
DON LUIS:
¿Estáis en lo dicho?
DON JUAN:
Sí.
DON LUIS:
Pues va la vida.
DON JUAN:
Pues va.

Al oír el desafío, el comendador Don Gonzalo de Ulloa, padre de Doña Inés, que llevaba en un convento desde su infancia y estaba destinada a casarse con Don Juan, deshace el matrimonio convenido. Por la noche, Don Juan seduce a Doña Ana haciéndose pasar por su prometido. Después, escala los muros del convento donde está encerrada Doña Inés y la rapta. Don Juan y Doña Inés se enamoran locamente.
En este fragmento Doña Inés empieza a manifestar su turbación y enamoramiento de Don Juan, tras serle entregada una carta de éste y poco antes de que escale los muros del convento y la rapte:

Dª INÉS:
No sé: desde que le vi,
Brígida mía, y su nombre
me dijiste, tengo a ese hombre
siempre delante de mí.
Por doquiera me distraigo
con su agradable recuerdo,
y si un instante le pierdo,
en su recuerdo recaigo.
No sé qué fascinación
en mis sentidos ejerce,
que siempre hacia él
se me tuerce
la mente y el corazón:
y aquí y en el oratorio,
y en todas partes, advierto
que el pensamiento divierto
con la imagen de Tenorio.
Y en este otro fragmento, Doña Inés se despierta en casa de Don Juan, tras ser raptada, y Don Juan la
enamora con sus palabras y le declara su amor; Doña Inés le responde, en un diálogo inflamado de pasión y que es uno de los fragmentos más famosos de Don Juan Tenorio. La llamada “escena del sofá”:

D. JUAN:
¡Cálmate, pues, vida mía!
Reposa aquí; y un momento
olvida de tu convento
la triste cárcel sombría.
¡Ah! ¿No es cierto,
ángel de amor,
que en esta apartada orilla
más pura la luna brilla
y se respira mejor?
Esta aura que vaga, llena
de los sencillos olores
de las campesinas flores
que brota esa orilla amena;
esa agua limpia y serena
que atraviesa sin temor
la barca del pescador
que espera cantando el día,
¿no es cierto, paloma mía,
que están respirando amor?
Esa armonía que el viento
recoge entre esos millares
de floridos olivares,
que agita con manso aliento;
ese dulcísimo acento
con que trina el ruiseñor
de sus copas morador,
llamando al cercano día,
¿no es verdad, gacela mía,
que están respirando amor?
Y estas palabras que están
filtrando insensiblemente
tu corazón, ya pendiente
de los labios de don Juan,
y cuyas ideas van
inflamando en su interior
un fuego germinador
no encendido todavía,
¿no es verdad, estrella mía,
que están respirando amor?
Y esas dos líquidas perlas
que se desprenden tranquilas
de tus radiantes pupilas
convidándome a beberlas,
evaporarse, a no verlas,
de sí mismas al calor;
y ese encendido color
que en tu semblante no había,
¿no es verdad, hermosa mía,
que están respirando amor?
¡Oh! Sí, bellísima Inés,
espejo y luz de mis ojos;
escucharme sin enojos,
como lo haces, amor es:
mira aquí a tus plantas, pues,
todo el altivo rigor
de este corazón traidor
que rendirse no creía,
adorando vida mía,
la esclavitud de tu amor.
Dª INÉS:
Callad, por Dios, ¡oh, don Juan!,
que no podré
resistir
mucho tiempo sin morir,
tan nunca sentido afán.
¡Ah! Callad, por compasión,
que oyéndoos, me parece
que mi cerebro enloquece,
y se arde mi corazón.
¡Ah! Me habéis dado a beber
un filtro infernal sin duda,
que a rendiros os ayuda
la virtud de la mujer.
Tal vez poseéis, don Juan,
un misterioso amuleto,
que a vos me atrae en secreto
como irresistible imán.
Tal vez Satán puso en vos
su vista fascinadora,
su palabra seductora,
y el amor que negó a Dios.
¿Y qué he de hacer, ¡ay de mí!,
sino caer en vuestros brazos,
si el corazón en pedazos
me vais robando de aquí?
No, don Juan, en poder mío
resistirte no está ya:
yo voy a ti, como va
sorbido al mar ese río.
Tu presencia me enajena,
tus palabras me alucinan,
y tus ojos me fascinan,
y tu aliento me envenena.
¡Don Juan!, ¡don Juan!, yo lo imploro
de tu hidalga compasión
o arráncame el corazón,
o ámame, porque te adoro.

Don Luis y Don Gonzalo se enfrentan al protagonista en un duelo y Don Gonzalo muere, por lo que Don Juan tiene que huir a Italia.
En la segunda parte, cinco años después, Don Juan regresa a Sevilla y visita el cementerio donde está
enterrada Doña Inés, que murió de amor.
Reproducimos un fragmento del diálogo entre Don Juan y el escultor que, en el cementerio, esculpe las estatuas de los muertos provocados por Don Juan. Allí mismo, en el cementerio, Don Juan .se entera de la muerte de su amada Doña Inés:

D. JUAN:
Mas, ¡cielos, qué es lo que veo!
O es ilusión de mi vista,
o a doña Inés el artista
aquí representa, creo.
ESCULTOR:
Sin duda.
D. JUAN:
¿También murió?
ESCULTOR:
Dicen que de sentimiento
cuando de nuevo al convento
abandonada volvió
por don Juan.
D. JUAN:
¿Y yace aquí?
ESCULTOR:
Sí.
D. JUAN:
¿La visteis muerta vos?
ESCULTOR:
Sí.
D. JUAN:
¿Cómo estaba?
ESCULTOR:
¡Por Dios,
que dormida la creí!
La muerte fue tan piadosa
con su cándida hermosura,
que la envió con la frescura
y las tintas de la rosa.
D. JUAN:
¡Ah! Mal la muerte podría
deshacer con torpe mano
el semblante soberano
que un ángel envidiaría.
¡Cuán bella y cuán parecida
su efigie en el mármol es!
¿Quién pudiera, doña Inés,
volver a darte la vida!
¿Es obra del cincel vuestro?
ESCULTOR:
Como todas las demás.

Doña Inés también ha hecho una apuesta, pero con Dios: si logra el arrepentimiento del joven, los dos se salvarán pero, si no lo consigue, se condenarán eternamente. Ante la tumba de Don Gonzalo, Don Juan invita al comendador a cenar y éste lo invita a su vez a compartir la mesa de piedra con él en el panteón.
Cuando el espíritu del Comendador está a punto llevarse a Don Juan al infierno, Doña Inés interviene y le ruega que se arrepienta. La joven gana la apuesta y los dos suben al cielo rodeados de cantos e imágenes celestiales:

(Don Juan se hinca de rodillas, tendiendo al cielo la
mano que le deja libre la estatua. Las sombras,
esqueletos, etc., van a abalanzarse sobre él, en este
momento se abre la tumba de doña Inés y aparece
ésta. Doña Inés toma la mano que don Juan tiende al
cielo.)
DOÑA INÉS:
¡No! Heme ya aquí,
don Juan mi mano asegura
esta mano que a la altura
tendió tu contrito afán,
y Dios perdona a don Juan
al pie de la sepultura.
DON JUAN:
¡Dios clemente! ¡Doña Inés!
DOÑA INÉS:
Fantasmas, desvaneceos:
su fe nos salva..., volveos
a vuestros sepulcros, pues.
La voluntad de Dios es
de mi alma con la amargura
purifiqué su alma impura,
y Dios concedió a mi afán
la salvación de don Juan
al pie de la sepultura.
DON JUAN:
¡Inés de mi corazón!
DOÑA INÉS:
Yo mi alma he dado por ti,
y Dios te otorga por mí
tu dudosa salvación.
Misterio es que en
comprensión
no cabe de criatura:
y sólo en vida más pura
los justos comprenderán
que el amor salvó a don Juan
al pie de la sepultura.
Cesad , cantos funerales
(Cesa la música y salmodia.)
callad, mortuorias campanas
(Dejan de tocar a muerto.)
ocupad, sombras livianas,
vuestras urnas sepulcrales
(Vuelven los esqueletos a sus tumbas, que se cierran.)
volved a los pedestales,
animadas esculturas;
(Vuelven las estatuas a sus lugares.)
y las celestes venturas
en que los justos están,
empiecen para don Juan
en las mismas sepulturas.
(Las flores se abren y dan paso a varios angelitos que
rodean a DOÑA INÉS y a DON JUAN, derramando sobre
ellos flores y perfumes, y al son de una música dulce y
lejana, se ilumina el teatro con luz de aurora. DOÑA
INÉS cae sobre un lecho de flores, que quedará a la
vista en lugar de su tumba, que desaparece.)

Escena última
DOÑA INÉS, DON JUAN, LOS ÁNGELES
DON JUAN:
¡Clemente Dios, gloria a Ti!
Mañana a los sevillanos
aterrará el creer que a manos
de mis víctimas caí.
Mas es justo: quede aquí
al universo notorio
que, pues me abre el
purgatorio
un punto de penitencia,
es el Dios de la clemencia
el Dios de Don Juan Tenorio.
(Cae DON JUAN a los pies de DOÑA INÉS, y mueren
ambos. De sus bocas salen sus almas representadas en
dos brillantes llamas, que se pierden en el espacio al

son de la música.) Cae el telón







LA PROSA ROMÁNTICA

Características 
         La prosa romántica recoge las características generales del Romanticismo.
·         Exaltación del yo. Se expresan los temas desde un subjetivismo y es importante lo individual. Se expresan emociones y sentimientos.
·         Libertad. El hombre defiende su derecho a ser libre y rechaza las normas.
·         Nacionalismo. Los autores muestran un apego a la nación, a su país.
·         Evasión. Puesto que están insatisfechos con el mundo que le rodea, se evaden a mundos medievales, legendarios y remotos.
·         Descripciones de la naturaleza con un carácter dinámico. Las tormentas y los lugares desolados muestran el interior triste y melancólico del poeta.
·         Imaginación. Les atrae lo imaginativo, lo original.
·         Irracionalidad y muerte. Gusto por la muerte, lo irracional y el más allá. En las obras aparece la muerte, lo macabro y lo grotesco.
La novela histórica
         Fruto de la evasión y del gusto por lo lejano de estos autores, nace un tipo de novela denominada novela histórica, en la que el escritor desarrolla una sucesión de hechos enmarcados en un acontecimiento histórico real. Es decir, se mezcla la ficción y historia. Estos acontecimientos suelen estar inspirados en la Edad Media.
         El autor europeo más importante que compone novela histórica esWalter Scott, que destaca por su obra WaverleyIvanhoe o Rob Roy. Otros autores son Alejandro Dumas, con Los tres mosqueteros, Víctor Hugo, que compone Los miserables y Mary Shelley, famosa por su novela Frankestein.

LA PROSA ROMÁNTICA ESPAÑOLA
        Dentro de la prosa del Romanticismo español, vamos a destacar fundamentalmente dos subgéneros: la novela histórica y el cuadro de costumbres.
La novela histórica
       Como ya hemos explicado, la novela histórica es un tipo de novela en la que los hechos que suceden a los protagonistas se encuentran situados dentro de un acontecimiento o momento histórico real.
         El autor más importante de la novela histórica en España es Enrique Gil y Carrasco, que alcanza la fama con su obra El señor de Bembibre. La obra comienza así:
         En una tarde de mayo de uno de los primeros años del siglo XIV, volvían de la feria de San Marcos de Cacabelos tres, al parecer, criados de alguno de los grandes señores que entonces se repartían el dominio del Bierzo (...)

         Junto a Gil y Carrasco y su obra, debemos añadir también la obraSancho Saldaña, de José de Espronceda, que igualmente narra los amores frustrados de los protagonistas.
El cuadro de costumbres
El costumbrismo es una tendencia artística en la que la obra de arte busca reflejar las costumbres de la sociedad.
         En literatura, el cuadro de costumbres, es un tipo de texto breve que muestra acciones sencillas de la vida cotidiana con personajes reales y creíbles. Predomina la descripción de los personajes y los lugares y se defiende lo tradicional frente al progreso.                                                             
Los autores más importantes del costumbrismo literario en España son Ramón de Mesonero Romanos (Escenas matritenses) y Serafín Estebánez Calderón (Escenas andaluzas)

Mariano José de Larra
         Mariano José de Larra nació en Madrid, aunque pasó gran parte de su infancia en Francia. Fue escritor, periodista y político y es uno de los máximos exponentes del Romanticismo literario.
         Escribió cuadros de costumbres, artículos periodísticos, un drama histórico Macías, obras poéticas y una novela histórica El doncel de don Enrique el Doliente, ambientada en la Edad Media.
         Sus artículos se pueden clasificar en:
·         Artículos de costumbres. Larra reflexiona sobre la situación cultural y los valores de la sociedad española.
·         Artículos políticos. Critica tanto a los carlistas y partidarios del absolutismo como a los liberales.
·         Artículos de crítica literaria. En estos artículos se refleja la formación ilustrada del escritor.


"VUELVA USTED MAÑANA"
El Pobrecito Hablador, nº 11, enero de 1833
 Gran persona debió de ser el primero que llamó pecado mortal a la pereza; nosotros, que ya en uno de nuestros artículos anteriores estuvimos más serios de lo que nunca nos habíamos propuesto, no entraremos ahora en largas y profundas investigaciones acerca de la historia de este pecado, por más que conozcamos que hay pecados que pican en historia, y que la historia de los pecados sería un tanto cuanto divertida. Convengamos solamente en que esta institución ha cerrado y cerrará las puertas del cielo a más de un cristiano. Estas reflexiones hacía yo casualmente no hace muchos días, cuando se presentó en mi casa un extranjero de estos que en buena o en mala parte han de tener siempre de nuestro país una idea exagerada e hiperbólica, de estos que o creen que los hombres aquí son todavía los espléndidos, francos, generosos y caballerescos seres de hace dos siglos, o que son aún las tribus nómadas del otro lado del Atlante: en el primer caso vienen imaginando que nuestro carácter se  conserva tan intacto como nuestra ruina; en el segundo vienen temblando por esos caminos, y preguntan si son los ladrones que los han de despojar los individuos de algún cuerpo de guardia establecido precisamente para defenderlos de los azares de un camino, comunes a todos los países. Verdad es que nuestro país no es de aquellos que se conocen a primera ni segunda vista, y si no temiéramos que nos llamasen atrevidos, lo compararíamos de buena gana a esos juegos de manos sorprendentes e inescrutables para el que ignora su artificio, que estribando en una grandí- sima bagatela, suelen, después de sabidos dejar asombrado de su poca perspicacia al mismo que se devanó los sesos por buscarles causas extrañas. Muchas veces la falta de una causa determinante en las cosas nos hace creer que debe de haberlas profundas para mantenerlas al abrigo de nuestra penetración. Tal es el orgullo del hombre, que más quiere declarar en alta voz que las cosas son incomprensibles cuando no las comprende él, que confesar que el ignorarlas puede depender de su torpeza. Esto no obstante, como quiera que entre  nosotros mismos se hallen muchos en esta ignorancia de los verdaderos resortes que nos mueven, no tendremos derecho para extrañar que los extranjeros no las puedan tan fácilmente penetrar. Un extranjero de éstos fue el que se presento en mi casa, provisto de competentes cartas de recomendación para mi persona. Asuntos intrincados de familia, reclamaciones futuras, y aún proyectos vastos concebidos en París de invertir aquí sus cuantiosos caudales en tal cual especulación industrial o mercantil, eran los motivos que a nuestra patria le conducían. Acostumbrado a la actividad en que viven nuestros vecinos, me aseguró formalmente que pensaba permanecer aquí muy poco tiempo, sobre todo si no encontraba pronto objeto seguro en que invertir su capital. Parecióme el extranjero digno de alguna consideración, trabé presto amistad con él y lleno de lástima traté de persuadirle a que se volviese a su casa cuanto antes, siempre que seriamente trajese otro fin que no fuese el de pasearse. Admiróle la proposición, y fue preciso explicarme más claro. «Mirad, le dije Mr. Sans-délai, que así se llamaba; vos  venís decidido a pasar quince días, y a solventar en ellos vuestros asuntos. —Ciertamente, me contestó. Quince días, y es mucho. Mañana por la mañana buscamos un genealogista para mis asuntos de familia; por la tarde revuelve sus libros, busca mis ascendientes, y por la noche ya sé quién soy. En cuanto a mis reclamaciones, pasado mañana las presento fundadas en los datos que aquél me dé, legalizadas en debida forma; y como será una cosa clara y de justicia innegable (pues solo en este caso haré valer mis derechos), al tercer día se juzga el caso y soy dueño de lo mío. En cuanto a mis especulaciones, en que pienso invertir mis caudales, al cuarto día ya habré presentado mis proposiciones. Serán buenas o malas, y admitidas o desechadas en el acto, y son cinco días; en el sexto, séptimo y octavo, veo lo que hay que ver en Madrid; descanso el noveno; el décimo tomo mi asiento en la diligencia, si no me conviene estar más tiempo aquí, y me vuelvo a mi casa; aún me sobran de los quince, cinco días.» Al llegar aquí Mr. Sans-délai traté de reprimir una carcajada que me andaba retozando ya hacía rato en el cuerpo, y si mi educación  logró sofocar mi inoportuna jovialidad, no fue bastante a impedir que se asomase a mis labios una suave sonrisa de asombro y de lástima que sus planes ejecutivos me sacaban al rostro, mal de mi grado. «Permitidme, Mr. Sans-délai, le dije entre socarrón y formal, permitidme que os convide a comer para el día en que llevéis quince meses de estancia en Madrid. —¿Cómo? — Dentro de quince meses estáis aquí todavía. —¿Os burláis? —No por cierto. —¿No me podré marchar cuando quiera? ¡Cierto que la idea es graciosa! —Sabed que no estáis en vuestro país activo y trabajador. — ¡Oh!, los españoles que han viajado por el extranjero han adquirido la costumbre de hablar mal de su país por hacerse superiores a sus compatriotas.-Os aseguro que en los quince días con que contáis no habréis podido hablar siquiera a una sola de las personas cuya cooperación necesitáis. -¡Hipérboles! Yo les comunicaré a todos mi actividad. —Todos os comunicarán su inercia.» Conocí que no estaba el señor de Sansdélai muy dispuesto a dejarse convencer sino por la experiencia, y callé por entonces, bien seguro de que no tardarían mucho los hechos en  hablar por mí. Amaneció el día siguiente, y salimos entrambos a buscar un genealogista, lo cual sólo se pudo hacer preguntando de amigo en amigo y de conocido en conocido: encontrámosle por fin, y el buen señor, aturdido de ver nuestra precipitación, declaró francamente que necesitaba tomarse algún tiempo; instósele, y por mucho favor nos dijo definitivamente que nos diéramos una vuelta por allí dentro de unos días. Sonreíme y marchámonos. Pasaron tres días; fuimos. «Vuelva usted mañana, nos respondió la criada, porque el señor no se ha levantado todavía. — Vuelva usted mañana, nos dijo al siguiente día, porque el amo acaba de salir. —Vuelva usted mañana, nos respondió el otro, porque el amo está durmiendo la siesta. —Vuelva usted mañana, nos respondió el lunes siguiente, porque hoy ha ido a los toros.» ¿Qué día, a qué hora se ve a un español? Vímosle por fin, y «Vuelva usted mañana, nos dijo porque se me ha olvidado. Vuelva usted mañana, porque no está en limpio.» A los quince días ya estuvo; pero mi amigo le había pedido una noticia del apellido Díez, y él había entendido Díaz, y la noticia no servía.  Esperando nuevas pruebas, nada dije a mi amigo, desesperado ya de dar jamás con sus abuelos. Es claro que faltando este principio no tuvieron lugar las reclamaciones. Para las proposiciones que acerca de varios establecimientos y empresas utilísimas pensaba hacer, había sido preciso buscar un traductor; de mañana en mañana nos llevó hasta el fin del mes. Averiguamos que necesitaba dinero diariamente para comer, con la mayor urgencia; sin embargo, nunca encontraba momento oportuno para trabajar. El escribiente hizo después otro tanto con las copias, sobre llenarlas de mentiras, porque un escribiente que sepa escribir no le hay en este país. No paró aquí; un sastre tardó veinte días en hacerle un frac que le había mandado llevarle en veinticuatro horas; el zapatero le obligó con su tardanza a comprar botas hechas; la planchadora necesitó quince días para plancharle una camisola; y el sombrerero a quien le había enviado su sombrero a variar el ala, le tuvo dos días con la cabeza al aire y sin salir de casa. Sus conocidos y amigos no le asistían a una sola cita, ni avisaban cuando faltaban, ni respondían a sus esquelas. ¡Qué formalidad y qué exactitud! «¿Qué os parece de esta tierra, Mr. Sansdélai?, le dije al llegar a estas pruebas. —Me parece que son hombres singulares... —Pues así son todos. No comerán por no llevar la comida a la boca.» Presentóse con todo, yendo y viniendo días, una proposición de mejoras para un ramo que no citaré, quedando recomendada eficacísimamente. A los cuatro días volvimos a saber el éxito de nuestra pretensión. «Vuelva usted mañana, nos dijo el portero. El oficial de la mesa no ha venido hoy. —Grande causa le habrá detenido» dije yo entre mí. Fuímonos a dar un paseo, y nos encontramos, ¡qué casualidad!, al oficial de la mesa en el Retiro, ocupadísimo en dar una vuelta con su señora al hermoso sol de los inviernos claros de Madrid. Martes era al día siguiente, y nos dijo el portero: «Vuelva usted mañana, porque el señor oficial de la mesa no da audiencia hoy. — Grandes negocios habrán cargado sobre él», dije  yo. Como soy el diablo y aún he sido duende, busqué ocasión de echar una ojeada por el agujero de una cerradura. Su señoría estaba echando un cigarrito al brasero, y con una charada del Correo entre manos que le debía costar trabajo el acertar. «Es imposible verle hoy, le dije a mi compañero; su señoría está en efecto ocupadísimo.» Dionos audiencia el miércoles inmediato, y, ¡qué fatalidad!, el expediente había pasado a informe, por desgracia a la única persona enemiga indispensable de monsieur y de su plan, porque era quien debía salir en él perjudicado. Vivió el expediente dos meses en informe, y vino tan informado como era de esperar. Verdad es que nosotros no habíamos podido encontrar empeño para una persona muy amiga del informante. Esta persona tenía unos ojos muy hermosos, los cuales sin duda alguna le hubieran convencido en sus ratos perdidos de la justicia de nuestra causa. Vuelto de informe se cayó en la cuenta en la sección de nuestra bendita oficina de que el tal expediente no correspondía a aquel ramo; era preciso rectificar este pequeño error; pasóse al  ramo establecimiento y mesa correspondientes, y hétenos caminando después de tres meses a la cola siempre de nuestro expediente, como hurón que busca el conejo, y sin poderlo sacar muerto ni vivo de la huronera. Fue el caso al llegar aquí que el expediente salió del primer establecimiento y nunca llegó al otro. «De aquí se remitió con fecha tantos, decían en uno. —Aquí no ha llegado nada, decían en otro. —¡Voto va!, dije yo a Mr. Sans-délai; ¿sabéis que nuestro expediente se ha quedado en el aire como el alma de Garibay, y que debe de estar ahora posado como una paloma sobre algún tejado de esta activa población?» Hubo que hacer otro. ¡Vuelta a los empe- ños! ¡Vuelta a la prisa! ¡Qué delirio! «Es indispensable, dijo el oficial con voz campanuda, que esas cosas vayan por sus trámites regulares.» Es decir, que el toque estaba como el toque del ejercicio militar, en llevar nuestro expediente tantos o cuantos años de servicio. Por último, después de cerca de medio año de subir y bajar, y estar a la firma, o al informe, o a la aprobación, o al despacho, o debajo de la mesa, y de volver siempre mañana, salió con una notita al margen que decía: «A pesar de la justicia y utilidad del plan del exponente, negado.» —«¡Ah, ah! Mr. Sans-délai, exclamé riéndome a carcajadas; éste es nuestro negocio.» Pero Mr. Sans-délai se daba a todos los oficinistas, que es como si dijéramos a todos los diablos. «¿Para esto he echado yo mi viaje tan largo? ¿Después de seis meses no habré conseguido sino que me digan en todas partes diariamente: Vuelva usted mañana, y cuando este dichoso mañana llega en fin, nos dicen redondamente que no? ¿Y vengo a darles dinero? ¿Y vengo a hacerles favor? Preciso es que la intriga más enredada se haya fraguado para oponerse a nuestras miras. —¿Intriga, Mr. Sans-délai? No hay hombre capaz de seguir dos horas una intriga. La pereza es la verdadera intriga; os juro que no hay otra: ésa es la eran causa oculta: es más fácil negar las cosas que enterarse de ellas.» Al llegar aquí, no quiero pasar en silencio algunas razones de las que me dieron para la anterior negativa, aunque sea una pequeña digresión. «Ese hombre se va a perder, me decía un personaje muy grave y muy patriótico. —Esa no  es una razón, le repuse: si él se arruina, nada se habrá perdido en concederle lo que pide; él llevará el castigo de su osadía o de su ignorancia. —¿Cómo ha de salir con su intención? —Y suponga usted que quiere tirar su dinero y perderse; ¿no puede uno aquí morirse siquiera sin tener un empeño para el oficial de la mesa? — Puede perjudicar a los que hasta ahora han hecho de otra manera eso mismo que ese señor extranjero quiere. ¿A los que lo han hecho de otra manera, es decir, peor? —Sí, pero lo han hecho. —Sería lástima que se acabara el modo de hacer mal las cosas. ¿Conque, porque siempre se han hecho las cosas del modo peor posible, será preciso tener consideraciones con los perpetuadores del mal? Antes se debiera mirar si podrían perjudicar los antiguos al moderno. — Así está establecido ; así se ha hecho hasta aquí; así lo seguiremos haciendo. —Por esa razón deberían darle a usted papilla todavía como cuando nació. —En fin, señor Fígaro, es un extranjero. —¿Y por qué no lo hacen los naturales del país? —Con esas socaliñas vienen a sacarnos la sangre. —Señor mío, exclamé, sin llevar más adelante mi paciencia; está usted en 26 un error harto general. Usted es como muchos que tienen la diabólica manía de empezar siempre por poner obstáculos a todo lo bueno, y el que pueda que los venza. Aquí tenemos el loco orgullo de no saber nada, de quererlo adivinar todo y no reconocer maestros. Las naciones que han tenido, ya que no el saber, deseos de él, no han encontrado otro remedio que el de recurrir a los que sabían más que ellas.» Un extranjero, seguí, que corre a un país que le es desconocido, para arriesgar en él sus caudales, pone en circulación un capital nuevo, contribuye a la sociedad, a quien hace un inmenso beneficio con su talento y su dinero. Si pierde, es un héroe; si gana es muy justo que logre el premio de su trabajo, pues nos proporciona ventajas que no podíamos acarrearnos solos. Este extranjero que se establece en este país no viene a sacar de él el dinero, como usted supone; necesariamente se establece y se arraiga en él, y a la vuelta de media docena de años, ni es extranjero ya, ni puede serlo; sus más caros intereses y su familia le ligan al nuevo país que ha adoptado; toma cariño al suelo donde ha hecho su fortuna, al pueblo donde ha escogido  una compañera; sus hijos son españoles, y sus nietos lo serán; en vez de extraer el dinero, ha venido a dejar un capital suyo que traía, invirtiéndole y haciéndole producir; ha dejado otro capital de talento, que vale por lo menos tanto como el del dinero; ha dado de comer a los pocos o muchos naturales de quien ha tenido necesariamente que valerse; ha hecho una mejora, y hasta ha contribuido al aumento de la población con su nueva familia. Convencidos de estas importantes verdades, todos los Gobiernos sabios y prudentes han llamado a sí a los extranjeros: a su grande hospitalidad ha debido siempre la Francia su alto grado de esplendor; a los extranjeros de todo el mundo que ha llamado la Rusia ha debido el llegar a ser una de las primeras naciones en muchísimo menos tiempo que el que han tardado otras en llegar a ser las últimas; a los extranjeros han debido los Estados Unidos..., pero veo por sus gestos de usted, concluí interrumpiéndome oportunamente a mí mismo, que es muy difícil convencer al que está persuadido de que no se debe convencer. ¡Por cierto si usted mandara podríamos fundir en usted grandes esperanzas!»  Concluida esta filípica, fuime en busca de mi Sans-délai. «Me marcho, señor Fígaro, me dijo: en este país no hay tiempo para hacer nada; sólo me limitaré a ver lo que haya en la capital de más notable. —¡Ay!, mi amigo, le dije, idos en paz, y no queráis acabar con vuestra poca paciencia; mirad que la mayor parte de nuestras cosas no se ven. —¿Es posible? —¿Nunca me habéis de creer? Acordaos de los quince días...» Un gesto de Mr. Sans-délai me indicó que no le había gustado el recuerdo. «Vuelva usted mañana, nos decían en todas partes, porque hoy no se ve. —Ponga usted un memorialito para que le den a usted un permiso especial.» Era cosa de ver la cara de mi amigo al oír lo del memorialito: representábasele en la imaginación el informe, y el empeño, y los seis meses, y... Contentóse con decir: Soy extranjero. ¡Buena recomendación entre los amables compatriotas míos! Aturdíase mi amigo cada vez más, y cada vez nos comprendía menos. Días y días tardamos en ver las pocas rarezas que tenemos guardadas. Finalmente, después de medio año largo, si es que puede haber  un medio año más largo que otro, se restituyó mi recomendado a su patria maldiciendo de esta tierra, y dándome la razón que yo ya antes me tenía, y llevando al extranjero noticias excelentes de nuestras costumbres; diciendo sobre todo, que en seis meses no había podido hacer otra cosa sino volver siempre mañana, y que a la vuelta de tanto mañana, enteramente futuro, lo mejor o más bien lo único que había podido hacer bueno había sido marcharse. ¿Tendrá razón, perezoso lector (si es que has llegado ya a esto que estoy escribiendo), tendrá razón el buen Mr. Sans-délai en hablar mal de nosotros y de nuestra pereza? ¿Será cosa de que vuelva el día de mañana con gusto a visitar nuestros hogares? Dejemos esta cuestión para mañana, porque ya estarás cansado de leer hoy: si mañana u otro día no tienes, como sueles, pereza de volver a la librería, pereza de sacar tu bolsillo, y pereza de abrir los ojos para ojear las hojas que tengo que darte todavía, te contaré cómo a mí mismo que todo esto veo y conozco y callo mucho más, me ha sucedido muchas veces, llevado de esta influencia, hija del clima y de otras causas, perder de pereza más de una  conquista amorosa: abandonar más de una pretensión empezada, y las esperanzas de más de un empleo, que me hubiera sido acaso, con más actividad, poco menos que asequible; renunciar, en fin, por pereza de hacer una visita justa o necesaria, a relaciones sociales que hubieran podido valerme de mucho en el transcurso de mi vida; te confesaré que no hay negocio que no pueda hacer hoy que no deje para mañana; te referiré que me levanto a las once, y duermo siesta; que paso haciendo quinto pie de la mesa de un café hablando o roncando, como buen español, las siete y las ocho horas seguidas; te añadiré que cuando cierran el café me arrastro lentamente a mi tertulia diaria (porque de pereza no tengo más que una), y un cigarrito tras otro me alcanzan clavado en un sitial, y bostezando sin cesar, las doce o la una de la madrugada; que muchas noches no ceno de pereza, y de pereza no me acuesto; en fin, lector de mi alma, te declaré que de tantas veces como estuve en esta vida desesperado, ninguna me ahorqué y siempre fue de pereza. Y concluyo por hoy confesándote que ha más de tres meses que tengo, como la primera 31 entre mis apuntaciones, el título de este artículo, que llamé Vuelva usted mañana; que todas las noches y muchas tardes he querido durante todo este tiempo escribir algo en él, y todas las noches apagaba mi luz, diciéndome a mí mismo con la más pueril credulidad en mis propias resoluciones: ¡Eh, mañana le escribiré! Da gracias a que llegó por fin este mañana, que no es del todo malo; pero ¡ay de aquel mañana que no ha de llegar jamás!

El artículo "Vuelva usted mañana", escrito por Mariano José de Larra, fue publicado en El pobrecito Hablador  el 14 de enero de 1833.

Vuelva usted mañana es un artículo donde el protagonista es Monsieur Sans-délai, un francés que ha venido a España para reclamar unas propiedades, presentar unas propuestas de negocio y visitar Madrid. Cuando Sans-délai pretende resolver sus asuntos en quince días, Larra, conocedor del carácter de los españoles, le advierte que va a necesitar unos cuantos meses.
El pronóstico de Fígaro, seudónimo utilizado por Larra, empieza a cumplirse inmediatamente. La pereza e ineptitud de un amplio repertorio de personajes impedirá la realización de todos los proyectos de este señor, el cual terminará dando la razón a Fígaro sobre el modo de ser de los españoles.

Vuelva usted mañana sigue, en general, la estructura común de los artículos de Larra: se inicia con una introducción a la que sigue el desarrollo de la trama y finaliza con una conclusión.
En la introducción, que va desde el principio del artículo hasta la línea 54. Larra presenta el tema del que hablará, así como su personaje. Este señor se encuentra en Madrid para hacer unos trámites, que según él tardará en finalizarlos unos quince días. Pero Larra, que conoce el carácter de los españoles, se burla de él y le advierte de que estará mucho más tiempo. A continuación encontramos el desarrollo, que va de la línea 54 hasta la 212, donde Larra nos explica las vivencias del señor Sans-délai, al que acompaña a hacer sus gestiones. Larra, conocedor de la espera, se lo toma con humor viendo que las gestiones sobrepasan el tiempo previsto para cada una. El retraso viene acompañado de excusas increíbles por parte de las instituciones para eludir sus responsabilidades y no hacer su trabajo. Larra lo resume con la frase: “Pues así son todos. No comerán por no llevar la comida a la boca”. Para finalizar, encontramos la conclusión, que va de la línea 213 hasta el final. Terminados los 6 meses, Sans-délai no ha conseguido más que le repitan la frase: vuelva usted mañana. En esta parte, Larra utiliza una frase idónea para el resumen: “no hay negocio que no pueda hacer hoy que no deje para mañana”. 

En este artículo Larra adopta la posición de narrador y personaje secundario que cuenta los hechos a los que ha asistido en primera persona.

La intencionalidad de este artículo es retratar el modo de ser y las costumbres de una serie de personajes que representan al conjunto de la sociedad. A partir de un hecho concreto, Larra, como hace en tantos de sus artículos, muestra cómo es el conjunto de la sociedad española, una sociedad atrasada y poco moderna; un país de gandules, en el que la burocracia es lenta y desesperante. De hecho, el tema que aborda Larra es absolutamente vigente, pues hoy en día la burocracia, especialmente la de las instituciones públicas, sigue siendo lenta.
La observación de los personajes tiene como objetivo conducir a unas conclusiones críticas que Larra expresa así: la pereza define el modo de ser de los españoles y reina en todas las clases sociales.









POESÍA ROMÁNTICA
























El REALISMO (SEGUNDA MITAD SIGLO XIX)


























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